Oriunda de Mercedes, Corrientes, el reino vegetal y el humedal son mi hábitat natural, ya que crecí en los Esteros de Iberá, un conjunto de lagunas y pantanos. Extraña geografía, cuesta diferenciar la tierra firme de la flotante, a causa de las islas flotantes, enmarañadas formaciones de vegetación flotante a las que la acumulación de tierra y el entrelazamiento de las raíces da solidez suficiente para caminar sobre ellas. Estas islas de vegetación semisumergida confunden: las islas flotantes arrastradas por el viento y el agua, van desplazándose, cambiando ubicación y forma, en un paisaje siempre mutante, engañoso como espejismo. Terreno ambiguo, firme-flotante, perfiles inciertos. Tal vez por esta razón he intuido siempre que esa tierra litoraleña muchas veces acusa rasgos de una estética gótica. Navegando en lancha por los esteros he creído encontrar entre el camalotal correntino ecos de la “Ofelia” de Millais.
Mi obra recrea estos pantanos de vegetación devoradora y asfixiante, resignificándolos, y la mujer, en actitud introspectiva, participa del ambiente en un ritual exclusivo, femenino, escondido ¿tabú? (es ésta un agua espesa, como de ciénaga, oscura, que podría remitir también al flujo menstrual). Pensando el inquietante misterio de la ambivalencia femenina, mi obra entabla un diálogo entre el paisaje y la imagen femenina, invita a desentramar ese vínculo. La atmósfera es inquietante, casi siniestra, recrea un limbo que aprisiona a la joven meditabunda. El agua simboliza la interioridad y vida psíquica, líquido amniótico, umbral del nacimiento y la muerte, pasaje y ritual.